martes, 3 de agosto de 2010

HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE MAR DEL PLATA.

Son las 12pm de el viernes más caluroso de Enero en Bs As que mi cabeza recuerde, con una sensación térmica de 32 grados, me quedan muy pocas ganas de continuar adaptando un exitoso espectáculo que he realizado años atrás (2002/03) y que por alguna extraña razón del destino, un grupo de novatos productores están empecinados en volverla a los escenarios porteños.



Paradójicamente Mar del plata fue el lugar donde protagonicé mi 1er. fracaso teatral. Fue la primera obra que realizaba fuera de lo que era mi propia compañía teatral y que contaba con la suerte (O por lo menos hasta ese entonces era lo que yo pensaba.) de tener un productor que apostaba a mi talento. Nos embarcamos en una súper producción de una versión de famoso musical “Annie, la huerfanita” con un despliegue de escenografía impactante. Era todo lo que Mar del Plata "no" necesitaba: Un infantil con 13 actores en escena, a las 6 de la tarde, en un teatro inmenso. Con decirles que a la noche se presentaba una obra con los integrantes de “Showmach”, lo cual en ese momento y más allá de los gustos personales de cada uno, eran un verdadero “Boom teatral”. Esto sin contar que ese verano del 2004, los 31 primeros días de enero se desarrollaron con un sol a pleno como hacía 10 temporadas que no se vivían en “La feliz”. De más está decirles que el resultado arrojó un promedio de 20 personas por función, peleas con el productor de todo tipo y un repentino levantamiento de la obra el 7 de febrero sin previo aviso del cual fui el último integrante que se enteró. Una situación patética, la cual seguramente merecerá un post particular hablando del tema, pero bueno, el objetivo de este es otro. Fiel a los buenos momentos que siempre me regaló Mar del plata, este también lo fue, ya que más allá de que la obra fue un fracaso, la he pasado tan bien con todo el staff, sobre todo con mi stage manager de ese momento (Hoy mi amiga, la bien llamada Blonda de otros antiguos post.) y uno de los actores, el cual llamaré M, con el cual tuve una de las relaciones más lindas y complejas de las que he vivido. Triángulo que en breve merecerá otro post especial e intenso.
Ese verano tuvimos durante casi 3 meses de temporada, una hermosa y extraña relación simbiótica, en la cual pasábamos las 24hs del día juntos y cuando alguno de nosotros por “X” motivo tenía alguna cita o compromiso amoroso ocasional, inevitablemente nos encontrábamos en el mismo sentimiento, una especie de abstinencia de ausencia del otro devenida en celos, cual pareja en su mejor momento sexual. Pero bueno, se que les va interesar más el tema sexual, pero quiero volver al tema troncal de este post que es esta hermosamente extraña, bulliciosa e insoportable ciudad veraniega.
Desde que tengo uso de razón, recuerdo Mar del plata como una cuidad “Feliz”, ahí si que las luces nunca se apagan, los teatros, las casas de video juegos, el casino, las playas del faro, las alfajores y las medialunas de las Bostonnnn! Recuerdo ir a esa ciudad desde que era muy chiquito, desde cuando la famosa casa de churros recién abría sus puertas y solo tenía un largo pasillo de superficie. Más allá de cual fuera el destino que mis padres eligieran para sus vacaciones, ya que pertenecieron a la primera camada de argentinos que veraneaban en Florianópolis, siempre aunque sea en vacaciones de invierno pasábamos unos días por “La feliz”. He pasado tantos veranos, y en épocas tan distintas de mi vida que podría contar miles de anécdotas, pero hoy me quiero detener en 2 personas que el año pasado han partido a una nueva vida, ellos son Emily y Juanca y sin lugar a dudas fueron parte de mi postal Marplatense.
Para no hacer demasiado larga la historia, ellos eran una pareja de exitosos abogados, amigos de mis viejos, muy particulares. Por empezar, eran esas extrañas parejas donde los roles estaban invertidos. Ella era la que llevaba los pantalones de la casa, la que manejaba el auto, llevaba la voz cantante del estudio que tenían en pleno centro porteño y el era el típico amo de casa. Cocinaba estupendo, limpiaba, realizaba la decoración de su coqueto departamento de Belgrano, al cual te invitaban a comer una vez al año, mediante una cita pactada de ante mano con 1 mes y medio de anticipación y para mí era como ir a comer a lo de Mirtha Legrand. Ella era muy seria, culta y elegante. El era más popular, gracioso, ocurrente.. Jamás olvidaré las tardes en la playa y las conversaciones con mis padres. Ellos eran lo que yo quería ser cuando sea grande (Obviamente cuando fui grande, me di cuenta que nada más lejos de lo que fueron ellos era lo que quería para mí.) Eran exitosos en su trabajo, tenían un impecable departamento en MDQ, una agenda repleta de compromisos sociales y todo estaba organizado del 3 al 29 de enero. Teniendo casa en la playa propia y un pasar más que holgado, jamás se movían de lo que ya tenían pre establecido, ni un dia mas ni un dia menos. Recuerdo que las caminatas al centro tenían otra estirpe de la mano de ellos. Emily y Juanca sabían perfectamente donde se comía el mejor helado, donde se tomaba el mejor café, la mejor paella. Y allá íbamos, mis padres, mis hermanos y yo de la mano de ellos, sin dudar que una sofisticada experiencia íbamos a vivir, o por lo menos eso ero lo que yo pensaba por aquellos días.


Mi primer acercamiento a una salida más cultural fuera de lo que era comprar pulóver en J B Justo, ir al puerto a ver las lobos de mar o ir a visitar a nuestros parientes que tenían casa en Sta Clara del Mar, fue con Emily y Juanca, Quienes un día nos llevaron a conocer la casa de Victoria Ocampo. Luego de recorrer la mansión y ver como vivía esta señora, rodeada de lujos quien hasta ese entonces era una total y completa desconocida para mí, tuvimos la suerte de que en una de las habitaciones funcionaba una muestra de Dalí. Ese fue mi primer e inolvidable contacto con estos dos monstruos del arte (Años mas tarde conocería mucho más acerca de sus respectivas obras).

Finalizamos la tarde tomando un regio té debajo de una de las galerías de la mansión con una hermosa vista al imponente parque de la villa, donde no faltaron los scones, las masas, las tortas y todo contenido por una impecable vajilla de porcelana. Esa tarde me sentí especial, más adulto, más inteligente, más elegante, a pesar de que casi no omití opinión en esa tertulia (Mandato familiar: cuando hablan los grandes los chicos se callan). Por un momento comparé a esa desconocida Sra. rica, llamada Victoria con Emily. Diez años después comprendí las lejanas diferencias entre Victoria Ocampo y Emily. También años más tarde, en el 2004, en medio del ya nombrado fracaso teatral, intenté repetir aquel té en la villa con algunos integrantes de mi elenco, pero no fue lo mismo. La villa no estaba igual, los muebles de Victoria habían sido retirados de las habitaciones (Mejor no pensar en el destino que le abran dado) y suplantados por una pobre exhibición sobre la vida de Borges. El té y las tortas ya no tenían el mismo sabor de aquella tarde del 89, las sillas del parque habían sido cambiadas por unas plásticas, promocionando una afamada cerveza y en reemplazo de las sofisticadas meseras de aquel entonces, había 2 simpáticas señoras vestidas de manera informal.
Durante la velada, pensé en todo momento en Emily y Juanca, pero no les dije nada a los chicos, supuse que no iban a comprender el porque de mi estado nostálgico. Al finalizar la tarde, apenas el sol comenzaba a ocultarse tras un horrible cartel que había colocado la Municipalidad de las costa y como una especia de homejane a ellos y a mis amigos, me levanté de la mesa y con la escusa de ir a conocer la cocina de la mansión pagué la cuenta de lo que habíamos consumido a las señoras informales, tal como años atrás lo había hecho Emily.

Aproximadamente en el año 92, ya convertido en un adolescente, un verano en el que mis padres por cuestiones económicas suspendían por primera vez su mes de vacaciones. Viajamos con mi madre, solo ella y yo, por apenas una semana e invitados por Emily y Juanca al coqueto departamento Marplatense. Eran tan organizados, que apenas nos vieron llegar, nos recibieron como integrantes de la realeza. Como siempre, tenían todo organizado, durante el desayuno me hicieron entrega de una llave de su departamento por si quería salir en la noche ya que como me estaba iniciando en mi adolescencia y con un sentido de la ocasión impecable, pensaron en que tal vez iba desear salir a parrandear por las noches. Mi madre recuerdo que dijo que no iba hacer necesario, por lo que fiel a mi estilo peleador tomè la llave y salì todas las noches. Inclusive una de ellas invitè al teatro a mi madre pagando la entrada por 1ra vez yo.
Gracias por regalarme esas noches queridos Emily y Juanca.
La última vez que los vi con vida, fue hace 3 años, en el festejo de sorpresa que le hicimos a mi madre por sus 60 años de vida. Ya estaban un poco más viejitos, ella sobre todo, la cual le llevaba unos cuantos años más a Juanca. A mitad de la fiesta, y al ver que comenzaban a despedirse de mi madre, intenté detenerlos sin que ella se diera cuenta, pero me fue imposible. Justo se fueron minutos antes de que pasáramos un video con fotos de toda la vida de mi madre, en el cual había un apartado especial sobre nuestros viajes a Mardel y en el cual obviamente había varias fotografías donde aparecían ellos. De haber sabido que dos años más tarde iban a enfermar casi simultáneamente para luego dejar la tierra con apenas unos meses de diferencia, hubiese puesto más empeño para convencerlos de que se quedaran a compartir ese último momento con mi madre.
Mantengo un recuerdo muy especial de ellos, no me pregunten porque, ya que siempre fueron gente más grande que mis viejos inclusive, y yo demasiado chico para comprenderlos. Tal vez por una cuestión de ausencia de abuelos los veía como tales, tal vez porque formaron parte de varios años de mi vida en esa maravillosa ciudad veraniega, tal vez porque admiraba esa visión más estructurada de la vida social y cultural que ellos llevaban con tanta normalidad, tal vez por esa perfección que denotaba para mí cada uno de ellos. Seguramente por un poco de todo, lo cierto es que siempre recordaré esa etapa de mi vida.
Hoy ya no están con nosotros, y no voy a decir que los recuerdo día a día, porque estaría mintiendo, pero de vez en cuando los extraño.
Extraño las interminables tardes en la playa, los chistes y la torta de milhojas casera de Juanca, el estilo ubicado y chic de Emily. Una pareja tan hermosa que a veces me cuesta entender que ya no están en este plano, que nunca más los voy a encontrar en la playa.
En septiembre planeo escaparme unos días a “La Feliz” para ver si logro terminar la obra que estoy escribiendo. Seguramente vaya a visitar la playa de Emily y Juanca e intentaré recrear con mi mente, aunque sea por un ratito, esas tertulias playeras de aquellos años.


Continuará…


Nota:

Este post lo escribí en Enero del 2010 y me había quedado en la compu perdido como para ser corregido en algún momento. Hoy lo encontré y lo subí. Y apenas escanee una foto hermosa que tengo de ellos comiendo en MDQ la subiré también a este post que funciona como un humilde homenaje a mis queridos y recordados Emily y Juanca.

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